Alternativo Zhero

Mi espacio para perderme en este mundo de mundos extraviados...

21:39

Oda a la vida impropia...

Publicado por Ricardo Ruiz Moreno |


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Cierto día estaban todos los comensales esperando a que fuera servida su comida, algunos estaban vacíos, todos muy grandes como globos sin aire, otros estaban ahí, pero a la vez en ninguna parte, otros expentantes de recibir su platillo justo a la hora de la cena, como era de costumbre, habían otros que ni sabían por qué estaban por ahí y finalmente otros listos para deborar a petición de público y sus invitados.
Manda el cheff por la tropa de meseros, enlistados para la ocasión -¡Vengan acá!, el primero, el segundo, el tercero... el incierto, el mezquino y ¡el desalentado!. Cada uno luego de formar en 3 filas de 2, recibe la orden: -Los comensales requieren con premura su plato en cada mesa, es urgente y con carácter de muerte que cada uno tenga su plato en la inmediatez de la palabra. Cada uno luego de recibir órdenes precisas toma un plato y se dirige a entregar su respectivo plato a cada uno. 
El primero, recibe su primer plato, un suculento principio de mañana, con un caldo de ducha helada y jugo de cubos de hielo sobre su pecho erizado. Su apreciación: -¡delicioso!
Otro recibe un magnífico trozo de desayuno mañanero en un minuto, adobado en salsa atiborrada de malestar estomacal. 
Al siguiente le sirven una porción desproporcionada de viajes diarios en transporte público masivo. 
Siguen repartiendo platos, llega uno con un poco de trabajo detestable y una porción de un jefe de mierda gritón.
Más adelante se escucha: -¡Hey! quiero ya mi plato! - al fondo en el escándalo alguien responde -!claro! !claro! por supuesto, ya voy para usted. -Así fue, venía con un plato cargado de almuerzos díarios  preparados para cerdos y con la indecisión de no saber qué comer.
A otro le traen una porción más pequeña, se siente satisfecho y sólo recibe un postre de su resto de jornada de trabajo tan vacía y tan estúpida como siempre.
Cuando los meseros terminan de repartir, y luego de un rato de recoger los desechos de los comensales en sus mesas, deciden partir a sus casas, otros van y toman una cerveza, otros simplemente salen.
El aquél restaurante siempre quedaba algún encargado al final de tirar los desechos que causaban la urbe de clientes, este tipo torpe y despreciable procede a cumplir con su tarea, toma las bolsas llenas de porquería las arrastra por la salida posterior del sitio, apestan más que de costumbre, a él no le importa, siempre usa un tapabocas que lo aísla del olor pestilente; termina su tarea y como los demás se va para su casa.
El lugar queda desierto, y la bodega de desechos llena de olores putrefactos y moscas hambrientas, desechos de una rutina interminable en una sociedad llena de determinaciones sociales construidas por esquemas convenientes a un sistema económico infame, que arrebata sin permiso la existencia de pequeños seres carentes de motivaciones personales lejos de tener una ilusión sincera y un sueño más allá del dinero y la buena vida, de los excesos y un concepto enfermizo del éxito.
Ahí, pasan las horas y sólo se oye el sonido de las alas de las moscas volando sobre aquellas bolsas fétidas. En algún momento el sonido de un camión se acerca metro a metro y unos hombres gritando, se trata del camión que recoge los desechos, aquellos trabajadores hacen su trabajo y prosiguen.
Luego de haber logrado su deber en la noche, aquellos hombres van camino al basurero, una especie de sifón estancado en medio de las montañas en donde reposaban los desechos de comensales de todos los pasados en una ciudad llena de hombres que se dedican a comer, a cagar y a echarse pedos, allá quedan los desechos y quedarán por siempre, porque ni con todos los años y la putrefacción social van a terminar descomponiéndose. 

Pintura de © ประทีป คชบัว (Prateep Kochabua)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy chévere el escrito. Me parece muy interesante la forma de comparar el restaurante con la sociedad. Me dieron ganas de escribir también. Good job bro.

Kike Arias

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